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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Hermanos

Mario, inspector de las fuerzas sublevadas españolas, siempre combatía desde su cómodo despacho, organizando a sus hombres y dándoles sus respectivas órdenes, sentado en su gran butacón de cuero marrón, detrás de una nube de pestilente humo gris. Sus manos jamás se mancharon en el campo de batalla, ni su vida corrió ningún peligro. Él observaba desde lejos, la guerra, con sus ojos llenos de fascinación, al sentir tan cerca la victoria que tanto ansiaba. La guerra estaba manchando de sangre la historia del país. Una lucha de ideales, dividía a España en dos grandes posturas: los republicanos y los nacionales. Y a principios de 1939, la guerra se acercaba a su concluyente ocaso, llena de terribles injusticias. Las ciudades estaban destruidas, las guardias ocupaban todas las calles, el hambre arrebataba las vidas de los más débiles, la libertad era inexistente, días y noches, bautizadas con el sonido de las balas y los gritos desesperados de sus victimas, la miseria y la muerte, fue el

Lima

Roberto, desde temprana edad, ha sido una persona muy peculiar. Se pasaba horas a solas, a oscuras, bajo el escritorio de su cuarto, dibujando en su cuaderno de cuero rojo, gozando de la soledad, como un buen poeta. Sus padres, al observar el extraño comportamiento del niño, y con la intención de cambiar su carácter, a uno, algo más vital, le regalaron una pequeña perra, de piel amarilla, a la cual bautizaron con el nombre de Lima. Roberto y Lima iban juntos a todas partes. Al parque, al río, a la playa, a la calle, etc. Jugaban a todas horas y Roberto se transformo en un niño mucho más feliz, ¡hasta su piel cogió otro color!, y desde entonces siempre estaba riendo. Los padres de Roberto murieron un año después, en un accidente de avión, y este se quedo huérfano con doce años. Roberto se fue a vivir a Galicia, con sus abuelos paternos y Lima. Tras la muerte de sus padres, Roberto se aferro al cariño y la lealtad de su pequeña perra amarillenta, a la que trataba como a una hija. La

Dulce elixir de la muerte

Frederiq lleva desde los quince años trabajando como jardinero, en la residencia de los Cotillard. A Frederiq le apasiona su trabajo y le apasiona la señora de la casa, Marion. Marion es una joven, viuda, llena de riquezas, tras la muerte sospechosa, de su anciano marido. Todo enfoco a que ella era la principal sospechosa de la dulce muerte de su marido, al cual le fallo el corazón, en pleno coito conyugal, pues ella es la principal beneficiaria de su muerte. Gracias a su alta posición en la sociedad, la sutileza del asunto y en que la autopsia solo encontraron restos de un elixir, cargado de morfina y vodka, para aliviar los gravísimos dolores del señor, causados por los achaques de la edad, Marion quedo libre de toda acusación, pues la encargada de administrar dicho elixir, era la enfermera particular de la casa, aunque ella actuara bajo las ordenes de Marion. Marion tiene treinta y cinco años, es muy alta, con un cuerpo lleno de salvajes curvas, con unos huesos profundos y marca