Nueva jornada en el país de la guerra
Por mucho que me han pisoteado, me he vuelto a levantar. No me dan miedo sus armas, sus tanques ni sus bombas. Yo soy de acero, tierra y esperanza. Creo que todo lo que he perdido no ha sido en vano, todxs estamos luchando por la misma razón. Esos cerdos no acabarán con nostrxs. ¿Tregua? No existe ese concepto. Nuestro día a día es el olor de la pólvora, el sonido de las explosiones, los aullidos de dolor, los gritos de clemencia, los llantos de desesperación. La visión de la muerte esta por todas partes. Hagas lo que hagas, está ahí, pisándote los talones. Vulgar, mezquina y envidiosa. Una sombra escondida con ganas de matar. Convirtiendo su fina guadaña en una pistola, sus embestidas en balas y sus cortes en una verdadera muerte, fría, dolorosa y llena de satisfacción.
Nunca pensé que seria tan fácil coger un arma. Apuntar con determinación y
ver como tiemblan ante ti, una persona sin poder alguno, una mujer que ha
sustituido su humilde hoz por un viejo y destartalado rifle de su padre. A
veces resulta cómico, pues incluso se acaban orinando ante ti. Puedes sentir su
miedo, lo respiras, lo palpas, lo disfrutas. Te suplican que no les mates, vienen
con los cuentos lacrimosos de sus familias, te piden benevolencia, después de
que ellos arrasaran tus tierras, mataran a sangre fría a tus hermanos y
violaran a tu anciana madre. Hablan de paz. ¿Que sabrán ellos de paz? Esta es
una guerra que comenzaron ellos. Una guerra que no tiene fin, ni tampoco
principio. Yo solo sé que nací en un día en que la metralla acabó con mi
abuelo, dejando su cuerpo como un colador sangriento. Ese día solo pudimos
escuchar los chillidos de mi abuela, por encima de todas los proyectiles que
perforaban el aire. Nos hemos convertido en bárbaros, en astutos carniceros, en
amantes de la muerte, en verdugos verdaderos. Y es, en ese preciso momento, en
el cual yo les meto una bala entre ceja y ceja. Y observo, encantada, como se
les escapa la vida en un quejido.
Muchos luchan por no derramar ni sola lágrima ante mí, no quieren que vea
su debilidad, que su hombría quede aplastada por una mujer, por una simple
campesina. Y cantando sus insultantes himnos, a veces, algunos se suicidan
antes de que mi hoz corte sus gargantas. Otros intentan disuadirme, me dicen
que ese Dios que no existe me juzgara por mis pecados, que una mujer no puede
involucrarse en la guerra. Y yo les respondo astuta, que un castrado tampoco
puede batallar, y les amputo esa protuberancia que les hace creerse superiores
que las mujeres, y les dejo morir desangrados, bramando con perros sarnosos,
llenos de chinches y piojos.
Y así llevamos años. Escondidxs en cochambrosos zulos, sin alimentos, sin
agua, pasando frío, rodeados de enfermedades, muriendo día tras día, noche tras
noche.
La única razón por la que seguimos luchando es la esperanza. La creencia de
darle un fin a esta guerra. Este conflicto que se ha llevado a todo aquel al
que he querido, que me ha arrebatado aquellos sueños que una vez trate de
imaginar, que amaina la creencia que tengo en este país, que no me dejó
disfrutar del amor, de mi juventud, de
mi entera vida.
Es hora de cortar algunas cabezas.
Por fin me he acordado de comentar, siento el retraso juju
ResponderEliminarPues me gusta mucho como has relatado la experiencia en primera persona, con mucha fuerza y realismo :)